En muchas ocasiones he pensado contar mi experiencia con la lactancia. Sin duda, este este es un tema peliagudo y que suele marcar esa línea invisible, pero divisoria, que está presente en la blogosfera maternal y que separa o une a unas madres de otras.

He dado de mamar a mis dos hijos. Siete meses a Mingola y nueve a Mingolín. Durante el embarazo leí libros sobre lactancia, me informé y tuve muy claro que quería amamantar. Esta obsesión casi deriva en depresión cuando comprobé que teoría y realidad son cosas distintas.

lactancia_marca

Nada fue como soñé. Mi primer parto fue muy largo, muchas horas de dilatación. Mi hija nació agotada y tragó líquido amniótico. En el hospital solo nos separaron unos segundos para limpiarla, ponerle gorrito y liarla en una manta, pero junto a mí, sin perderla de vista. Desde el instante en que nació la puse a la teta. Fue algo frustrante porque no logré que se enganchara hasta casi pasadas las 24 horas, cuando vomitó, e imagino que expulsó el líquido que había podido tragar durante el parto. Se enganchó, pero lo hizo mal. La enfermera de lactancia del hospital me enseñó a ponerla correctamente, pero en pocas horas me fui a casa firmando el alta voluntaria y continué la lactancia sola. Poco a poco comenzó a dolerme el pecho, se me hicieron unas grietas tremendas. Me pasaba la vida enganchada al sacaleches y con mi hija en brazos pidiéndole entre dientes que por favor no se despertara porque  me moría de dolor cada vez que se enganchaba a la teta.

En la primera revisión postparto con la matrona, le mostré las grietas y le comenté que comenzaba a plantearme dar algún biberón porque lo estaba pasando fatal y solo quería llorar. La chica que me atendió no era mi matrona, sino otra que la sustituía unos días; y en qué mal momento estaba allí. Me dijo que no podía parar de dar teta porque dejaría de subir, que ella había visto cosas peores y las madres no se planteaban dar biberones, que no era para tanto. Me vino a decir que sería muy mala madre si dejaba de dar teta. Salí de la consulta llorando y solo quería llorar más.  Por casualidad mi matrona (la que había llevado todo el embarazo) me llamó por teléfono para ver cómo había ido el parto. Le conté lo que me había ocurrido y vino a casa ayudarme. Nos enseñó cómo engancharnos y me dio algunos consejos:

  1. Utilizar pezoneras como solución intermedia y curar las grietas al aire y con la propia leche.
  2. Disfrutar de la maternidad. Se refirió a la lactancia como algo muy importante, pero que no podía dejar que me superara  y que acabara en depresión, porque mi hija me necesitaba en buenas condiciones y no llorando por los rincones.

En ese momento me relajé y comencé a pensar que haría lo que estuviera en mi mano sin ir la vida en ello. Lo superamos y continuamos la lactancia hasta los siete meses. Lo dejamos sin planificarlo. Poco a poco fuimos reduciendo tomas y ya solo le daba por la mañana y la noche a demanada. El destete coincidió con la muerte de mi suegra. En boca de mujeres mayores: no le des leche que le transmites tu tristeza. En boca de una amiga prolactancia: a eso se le llama “teta rebotada”. Fuera como fuera, mi hija no quería engancharse de ninguna manera y acabamos abandonando la lactancia.

Con mi hijo todo fue diferente. Parto natural, sin epidural; marchando sobre ruedas desde el principio. Hasta los seis meses no se quiso enganchar a una tetina. La lactancia duró nueve meses. Sobre la marcha fuimos reduciendo tomas, introduciendo alimentos. Dormíamos poco, se despertaba de madrugada y enganchado hasta el amanecer. Por las mañanas, cuando su hermana se tomaba el bibi, quería cogerlo y lloraba, y una mañana probé a darle uno. No dejó ni gota. Así fue como comencé a darle biberón en la toma de madrugada y solíamos dormir hasta la mañana. Redujimos las tomas hasta la nada y así acabó nuestra experiencia.

En ambos casos creo que quien lo pasó mal con el destete fui yo. Ese sentimiento de culpabilidad que nos suele perseguir a las madres… Mis hijos solo se quedaban dormidos al pecho siendo muy bebés, durante los tres o cuatro primeros meses, después no era fundamental para relajarse. Reconozco que con los dos tan pequeños pasé mucho estrés, esto beneficiaba poco nuestra lactancia y acabé algo agotada.

Esta es mi experiencia y sobre ella construyo mi ideario. Creo que es importantísimo seguir trabajando y crear conciencia para que todas las madres den el pecho a sus hijos durante los primeros meses de vida (aunque sé que la OMS recomienda hasta los dos años). No soy pro-lactancia prolongada puesto que no la he practicado, pero veo muy bien que otras madres lo sean y respeto su entrega.

También creo que no debemos estigmatizar a nadie, que criar es muy difícil y que las condiciones personales de cada familia, la forma de pensar y de vivir, son distintas en cada casa y cada cual toma sus decisiones en función de muchos factores.

mamá con bebé

Es indiscutible que amamantar es hermoso y beneficioso tanto para la madre como para el bebé. Hace poco una amiga me envió esta imagen. Su madre es pintora y pintó este hermoso cuadro en el que se representan ambas. Imagino que la nostalgia la animó a recrear este momento de hace treinta años. Cuando analicé lo que estaba viendo, me llamó la atención que la postura (tanto de la madre como del bebé) actualmente no es correcta. Después me fijé en su cara y vi paz, armonía y felicidad. Todo lo que gira en torno a la lactancia ha cambiado mucho desde entonces, menos una cosa: nuestras madres también tomaban interés y seguían las recomendaciones de la época. Y se fijaban unas en otras. Y trataban de aprender. Y se entregaban a la crianza.

Os dejo el enlace al blog de Úrsula Company, autora del lienzo, por si queréis husmear en su maravillosa creatividad.