Ayer se produjo una gran noticia para los avances sociales de nuestro país. El Tribunal Constitucional avaló la Ley de Matrimonio Homosexual aprobada en 2005. Creo que esta noticia nunca debió ser noticia, porque en el siglo XXI nadie debió poner en duda que el amor puede surgir entre personas del mismo sexo. Han sido muchos años de lucha, de discriminación. Ahora sí que la Comunidad Gay puede respirar tranquila. Enhorabuena #amaresconstitucional

Ser madre ha removido mi conciencia social y siempre llego a la conclusión de que la educación es fundamental para que en el futuro nuestros hijos sean personas justas, críticas y empáticas. Me rompe el corazón cuando oigo a niños y adolescentes reírse del otro porque es de otro país, por su aspecto físico o porque no es tan hombretón como ellos.  Pero lo que más me rompe el alma, es escuchar comentarios de adultos engrandeciendo esas conductas de los niños y argumentando ideas racistas y xenófobas. La incultura va ligada a la intolerancia. No me refiero al nivel de formación académica sino  a la incultura personal. A la falta de educación emocional y de educación en valores.

En este punto tenemos mucho que decir los padres. Está claro que nuestros hijos están expuestos al exterior: la escuela educa, la calle educa. Por este motivo, me planteo que en mi tarea como madre es fundamental enseñar a mis hijos a canalizar la información que reciben del entorno, saber seleccionarla. Imagino dos cajas vacías. Caja buena y caja mala. Imagino a mis hijos procesando lo que oyen y lo que ven, y eligiendo la caja donde deben guardar esa información. Sé que no es tan fácil pero en casa estamos dispuestos a poner todo de nuestra parte para ayudarles a desarrollar las habilidades necesarias para aprender a decir no o sí dependiendo de lo que tengan delante.

Mis hijos son muy pequeños y, de momento, creo que el buen ejemplo para ellos está en pequeños detalles como oírnos hablar bien del otro, ver que nos alegramos por noticias como la sentencia del TC sobre el matrimonio homosexual, que creemos en la igualdad, que respetamos a sus abuelos y a las personas que queremos. Papá y yo somos sus personas de referencia y ellos se empapan de todo lo que hacemos, por eso en esta travesía de educar para la vida nos hemos propuesto tratar de que exista cierta coherencia entre lo que pensamos, lo que decimos, lo que hacemos y lo que les pedimos.

Nadie dijo que ser padres era pan comido, pero es divertido y creativo. Yo ahora les estoy enseñando que las peras y las manzanas se pueden sumar. No digo más.