Hace un año que nació mi hijo pequeño. Fue rápido para concebirse y también para nacer. Después de las horas que pasé dilatando para dar a luz a su hermana, pensé que su nacimiento sería parecido; pero me equivoqué y casi doy a luz por el camino. Influyeron varias cosas para aguantar tanto, la principal, que no quería separarme de mi pequeña que pronto sería la hermana mayor.

A las 18 horas llamé a Papá Mingola y le dije que probablemente por la noche nos tendríamos que ir al hospital donde daría a luz (público, por supuesto). Ni imaginábamos que tres horas después estaría naciendo nuestro hijo. Llegó Papá,  Mingola se quedó en manos de sus incombustibles abuelitos y nosotros salimos pitando hacia el hospital. Yo me descomponía por momentos.

Llegué con 9 cm. dilatados, parto natural sin epidural (a pelo). Había pasado un mal día, con contracciones que a media tarde se tornaron en un dolor cada vez más intenso y vómitos, pero nada que no pudiera soportar. En el trayecto comencé a romper aguas y estaba en un estado como etílico, no podía hablar y parecía que me iba a quedar dormida. Supongo que era una forma inconsciente de controlar el dolor y de que el niño no saliera por el camino. Llegué a urgencias y me dijeron lo que llevaba dilatado, en palabras de un simpático enfermero: “has venido pariendo”. Cuando fui consciente de que no me pondrían epidural comencé a gritar, parecía que me iba a morir de dolor. Los nervios y el miedo me estaban traicionando.

En sala de dilatación se presentó delante de mí la matrona que me partearía. Abrí los ojos como platos y grité -¡Almudena! Sorprendida respondió -¿Me conoces? Era la matrona que me había atendido durante las horas de dilatación en mi primer parto, la recordaba perfectamente. Eso me dio confianza y empecé a relajarme un poco. Pero volvía el miedo a no ser capaz de parir en esas condiciones. Almudena jugó sus cartas; me dijo al oído, en tono de madre –No te preocupes, hemos llamado al anestesista para que venga a pincharte. Hay que esperar unos minutos. Mentira piadosa. Al poco, cuando estaba más relajada volvió a decirme –Te duele porque tu hijo está empujando, quiere que lo abraces. Puedes gritar, pero no servirá de nada. Si te concentras y haces lo que te diga estará aquí antes de que te des cuenta. Hice caso.

Entre tanto, a Papá Mingola no le dio tiempo a sentarse en la sala de urgencias, ni tampoco en la de dilatación. Recién llegado ya se estaba preparando para entrar en la sala de parto y acompañarnos. Él estuvo presente en el nacimiento de nuestros dos hijos. Hemos sido de esas parejas que decidimos vivir el nacimiento en la intimidad, a nuestra manera. En todo momento respetamos la tarea de los profesionales y nuestro respeto fue recíproco. Resultó fundamental que él me acompañara en ambas ocasiones y recomiendo a otras parejas la experiencia. Me ayudó a empujar, me cogió cuando parecía que desfallecía y me animó cuando las fuerzas se agotaban. Sólo un poco más, ya lo veo, Elena, ya está aquí, le veo la cabeza, ay, ay, ay…

Luz. Silencio. Respira. Llanto.

Momentos que no se pueden explicar con palabras. Emociones. Al momento de tener a nuestro hijo en brazos no me dolía nada, me sentía con fuerzas para salir corriendo. Quería volver a casa.

A las once de la noche, ya en la habitación, Papá y yo nos miramos con incredulidad. Todo había pasado tan rápido…

Rapidez. Esta es la palabra que lo define todo. Pronto volví a casa (en ambos partos firmé el alta voluntaria antes de las 48 horas). Pronto nos abrazamos a Mingola. Pronto compartimos nuestra felicidad con otros seres queridos. Pronto ha pasado este año.

Mingolín ha sido un bebé fugaz. En pocos meses comenzó a mantenerse sentado, a ponerse de pie. Gateó. Anduvo. Corre. Mamó hasta los nueve meses, cuando comenzó a quitarle los biberones a hermana. También las galletas, el pan y los polos de limón natural en verano. Ahora tiene dos dientes ¡y un colmillo! Come los alimentos enteros, la fruta a bocados. Dice sus primeras palabras. Juega, imita, descubre. Derrocha felicidad, simpatía, vitalidad y energía (nuestros amigos lo llaman «Happy») Lo miro y el corazón se me acelera de sentir lo rápido avanza. Ya nos lo avisó cuando llamó a la puerta. A un año, soy consciente. Siento vértigo.