Antes de ser madre me resultaba muy fácil criar. Interesante leer, opinar y hacer crítica de situaciones que veía en otros. Alucinante imaginar posibles situaciones e idealizar con la manera de afrontarlas.

Desde que soy madre me resulta muy difícil criar. Reconozco que haber leído y leer me ayuda. Me permite plantear posibles escenarios, elegir y reflexionar con cierto conocimiento. Esto da tranquilidad, pero no siempre da resultado a la primera y, asiduamente, tengo que poner en marcha mecanismos  ensayo/error para reconducir situaciones.

Es muy difícil, pero es hermoso. Pocas cosas recompensan tanto como los gestos de agradecimiento de tus hijos. La cara que se les queda cuando juegas con ellos, cuando les enseñas algo nuevo, cuando descubren. Me encanta verme reflejada en mi hija cuando juega: mis gestos, mis frases, mis abrazos.

Me encanta y me aterra a la vez.

Es éste el momento en el que vuelco en mí toda la responsabilidad. En casa le enseñamos muchas cosas de manera consciente, pero ellos se empapan de todo lo que nosotros hacemos de manera inconsciente, rutinaria.  Ese afán de autocontrol, de perfeccionamiento, de darles todo, de no perder la paciencia, de transmitirles amor y seguridad, de protegerlos y dejarles margen a la experimentación, ese todo para vosotros, me tiene aparentemente tranquila e interiormente alterada. Me lo dicen un picor y unas rojeces misteriosas que aparecen y desaparecen en mi piel después de superar momentos de tensión.

Me planteo hasta dónde llega la entrega de una madre y no tengo respuesta. Al menos mi madre no me la da. Sus cinco hijos nos hemos hecho mayores y cada uno parece que nos hemos criado en una casa distinta. Observo que todos soportamos una importante carga genética, en algunos casos común, y compruebo que el ambiente en el que cada uno de mis hermanos y yo nos hemos desenvuelto ha marcado la diferencia entre nosotros. Mi madre siempre dice que intentó darnos lo mismo a todos, pero ahora que yo soy madre sé que eso es casi imposible. Cada uno ha vivido una época y una situación distinta. Entre mi hermana mayor y yo, que soy la quinta, hay trece años de diferencia, y desde finales de los 60 a principios de los 80, la vida cambió mucho. Mi madre nos lo sigue dando todo y cada hijo respondemos de manera distinta. Para unos, todo no es suficiente y para otros, todo es demasiado. Cada vez soy más ambientalista.

En mi primer embarazo me marcó mucho una frase de mi ginecóloga: “El cordón umbilical se corta al nacer. Cada una seréis una persona”. En aquel momento tuvo mucho sentido, a medida que pasan los días y los años, tiene más sentido todavía. Cada uno somos una persona llena de vínculos, pensamientos y sentimientos. Cada uno, una persona. Difícil interiorizarlo.

He leído de otras madres esta reflexión: ojalá siendo mayores pudiéramos recordar cómo cuidaron de nosotros nuestras madres y nuestros padres. La comparto. Sería un gran avance para la humanidad. Seríamos mejores personas.

Y sí, el cordón umbilical se corta, aunque queda un cordón imaginario que impide que la entrega de una madre no tenga límite.